El Cortejo de Gerd
Un día, Freyr se sentó en el trono de Odín, Hliðskjálf, desde el cual es posible observar cualquier punto del universo. Freyr dirigió su mirada en todas direcciones y cuando vio hacia el norte, hacia los confines de Jotunheim, una doncella acababa de abrir la puerta del castillo en que habitaba. Era divinamente alta y la más bella que el dios hubiera visto; sus brazos relucían como la plata. Era Gerd, la hija del gigante Gymir, y Freyr quedó consumido por el deseo. Pero sólo Odín y Frigg podían sentarse en Hliðskjálf, así que la fugaz visión de la giganta no podía repetirse.
Enfermo de amor, pasó muchos días suspirando y cada vez estaba más apagado y deprimido, tal como sucede con los enamorados que no pueden estar con el objeto de su afecto. Skadi, su madrastra, le preguntó la causa de su creciente desánimo y Freyr le confesó todo. Al saber la verdad, los dioses acordaron ayudar a Freyr y le pidieron a su sirviente Skírnir que fuera a casa del gigante Gymir, padre de Gerd, a solicitar su mano. Sabiendo que el viaje sería peligroso, Skírnir tomó el caballo de Freyr, Blodughófi, su espada Lævateinn ("báculo de destrucción") y muchos regalos, incluyendo once de las doradas manzanas de la juventud, un brazalete de oro y un retrato de Freyr, capturado en el reflejo dentro de un cuerno para beber.
Al llegar al hogar de Gymir, Skírnir cabalgó valientemente a través de la cortina de fuego que lo protegía. La entrada del lugar estaba resguardada por feroces sabuesos y cerca de ella se encontraba un pastor. Skírnir le preguntó cómo podía entrar a la casa del gigante, a lo que el pastor contestó: "¿Acaso estás condenado a morir? ¿O ya estás muerto? No hay forma de que puedas hablar con la hija de Gymir, ni ahora ni nunca".
Skírnir respondió: "Esas opciones son mejores que quedarme aquí sollozando por no poder entrar. El día de mi muerte ha sido fijado hace mucho".
Al escuchar la conmoción, Gerd le pidió a sus sirvientes que invitaran al visitante a pasar a tomar un cuerno de aguamiel. Una vez dentro, Skírnir presentó a Gerd la propuesta de matrimonio de Freyr, entregándole las manzanas de oro y los otros regalos, pero ella se mostró desinteresada. "Nadie va a comprar mi amor", dijo.
Skírnir recurrió entonces a la intimidación, amenazándola con decapitarla con la espada de Freyr, pero ella se mostró inconmovible: "Ninguna coerción me hará cambiar de parecer".
Finalmente, Skírnir hizo uso de la magia, lanzando un torrente de temibles maldiciones, diciendo: "Prohibo que esta mujer conozca el placer con ningún hombre. Vivirás entre gigantes de tres cabezas y nunca dormirás con un esposo. Hrimgrimnir es el gigante que disfrutará de ti en la oscuridad cercana a las puertas de Hel. Fétidos cadáveres te darán de beber solamente orina de cabra. Esa es la mejor bebida que tendrás. Esa es mi maldición".
Gerd se rindió al fin, diciendo: "Nunca creí que juraría amor a uno de los Vanir". Gerd consintió en casarse y acordó encontrarse con Freyr en un claro del bosque nueve noches después.
Skírnir, regresó a Asgard. Freyr le esperaba para recibirlo y Skírnir le dijo las buenas noticias, pero Freyr se sintió desesperado: "Una noche es mucho tiempo. Dos noches lo son aun más. ¿Cómo podré esperar durante tres? ¡Un mes completo es más corto que la mitad de esta espera!"
Finalmente las nueve noches se cumplieron y Freyr desposó a Gerd. Como dote, entregó a Gymir su espada Lævateinn, cosa que lamentará en el final de los tiempos ya que tendrá que enfrentarse sin ella y armado únicamente con un asta de ciervo contra Surtur, rey de los gigantes de fuego, quien le matará de un sólo golpe.
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