Sigurd y Brunhild


Después de matar a Fafnir, Sigurd se encontró poseedor no solo de increibles poderes sino de la inmensa riqueza que el dragón custodiaba. Pero un verdadero héroe no se conformaría con esto, también necesitaba crearse fama y reputación de guerrero.


Con su recién adquirido conocimiento del lenguaje de las aves, Sigurd se enteró por medio de ellas de la existencia de una hermosísima doncella que yacía eternamente dormida en lo alto de una montaña, rodeada de un impenetrable círculo de fuego. Ésta era precisamente la clase de aventura que buscaba.

Viajó entonces a Hindarfiall, una montaña tan alta que su cima se encontraba siempre rodeada de nubes. A medida que escalaba, empezó a percibir un enorme resplandor que cubría la cumbre. Al llegar allí, se dio cuenta de que el brillo procedía, efectivamente, de una barrera de fuego infranqueable que iluminaba el cielo y rodeaba un enorme castillo. Sigurd no se acobardó, sabiendo que era ahora invulnerable, incluso a las llamas, cruzó el círculo de fuego con valentía. Entró entonces al castillo, que parecía estar abandonado. Ningún guardia salió a cortarle el paso. En el salón principal de aquel palacio, encontró una figura dormida, completamente vestida de armadura. Consumido por la curiosidad, removió el casco que cubría la cabeza del durmiente y, para su sorpresa, en lugar de un guerrero, vio el rostro de la más hermosa doncella que jamás hubiera visto. Intentó despertarla, pero todo fue inútil. Intentó entonces despojarla de la armadura y cuando hubo retirado la última pieza de armamento, la mujer despertó. En cuanto estuvieron frente a frente, se dieron cuenta de que eran el uno para el otro y se enamoraron perdidamente.

Entonces la doncella procedió a contarle su historia. Su nombre era Brunhild, hija del rey de Lymdale, y Odín le había concedido el don de convertirse en una Valkyria. Había servido al Padre de los Dioses diligentemente por mucho tiempo, pero en una ocasión le había desobedecido. Odín había decretado que, en el transcurso de una batalla, un poderoso rey se haría con la victoria, pero Brunhild encontró al oponente mucho más joven y atractivo y decidió favorecerlo, convirtiéndolo en el vencedor. Odín decretó que la Valkyria desobediente se convirtiera en mortal, bajara a la tierra y se casara con un hombre cualquiera. Pero Brunhild imploró clemencia, cumpliría su condena, pero suplicó a Odín que no permitiera que se casara con un cobarde. Mostrando un poco de clemencia, Odín la llevo a Hindarfiall, la sumió en un profundo sueño, para que no perdiera su belleza y juventud, y colocó la barrera de fuego para que solamente el guerrero más valiente pudiera llegar hasta ella.

Brunhild le dijo que le estaría esperando allí cuando él volviera para reclamarla y convertirla en su esposa. Sigurd tomó a Andvaranaut y lo puso en el dedo de la doncella como anillo de compromiso. A pesar de que debía continuar su viaje en busca de la fama de un guerrero, Sigurd le juró amor eterno y le dijo que pronto llegaría por ella. Así, se separaron.

En el transcurso de sus viajes, Sigurd llegó a la tierra de los Niblungs, siempre cubierta de niebla, donde reinaban Giuki y Grimhild. Esta última era una mujer de temer, ya que poseía vastos conocimientos en materia de brujería y magia. Los reyes tenían tres hijos, Gunnar, Högni y Guttorm, todos ellos jóvenes y valientes, y una hija Gudrun, la más bella princesa que se puede encontrar. 

Los Niblungs estaban en guerra con un reino vecino, así que Sigurd decidió acompañarlos en batalla. Tan valientemente se comportó que Grimhild decidió que debía conseguir por cualquier medio que se casara con su hija y preparó una poción mágica. Se la entregó a Gudrun con instrucciones de dársela únicamente a Sigurd; cuando éste la bebió, se olvidó por completo de la existencia de Brunhild y se enamoró de inmediato de Gudrun. En poco tiempo estaban casados. Para cimentar aun más la alianza de los Niblungs con Sigurd, Gunnar y Högni hicieron con éste un pacto de sangre, que les convirtió en hermanos, y Sigurd les reveló el secreto de su invulnerabilidad y el único punto de su cuerpo donde podía ser herido.

Después de la noche de bodas, Sigurd le dio a comer a Gudrun el trozo del corazón de Fafnir que había conservado. La princesa, a partir de entonces, se fue volviendo cada vez más fría y silenciosa para con todos, menos Sigurd.

El rey Giuki murió y su hijo mayor, Gunnar, le sucedió en el trono. Pero como el nuevo rey aún se encontraba soltero, su madre Grimhild decidió buscarle esposa. Una vez más hizo uso de la magia y descubrió el paradero de la doncella más hermosa en toda la creación. Ésta era Brunhild.

Gunnar, acompañado por Sigurd, partió a conseguir la mano de su futura esposa. Llegaron a Hindarfiall, pero la muralla de fuego les impedía el paso. Gunnar intentó cruzarla, pero no pudo. Entonces Sigurd le propuso que hicieran uso de Huliðshjálmr. Sigurd utilizaría el Casco del Terror para tomar la apariencia de Gunnar, entraría al castillo y sometería a la doncella a sus deseos. El rey no estaba muy contento con aquella solución, pero al ver que no tenía más opciones, aceptó. Sigurd, ahora con la apariencia de Gunnar, cruzó el círculo de fuego y se presentó ante Brunhild.

La doncella estaba más que sorprendida. Ella creía que sólo Sigurd sería capaz de cruzar la barrera de fuego. Pero ya que la profecía hecha por Odín estipulaba que sólo el guerrero más valiente podría vencer este obstáculo, aceptó la propuesta de matrimonio del impostor. Sigurd, por su parte, no fue capaz de reconocerla debido a la acción de la poción mágica que Gudrun le había dado a beber. Sigurd tomó de la mano de Brunhild el anillo Andvaranaut y le colocó otro como señal de compromiso. La doncella prometió llegar a la corte de los Niblungs en diez días.

Al salir del castillo, Sigurd informó a Gunnar del éxito de su aventura y volvieron a casa. Una vez allí, solo a Gudrun reveló Sigurd el secreto de cómo habían sucedido las cosas y le entregó el anillo Andvaranaut. 

Fiel a su promesa, Brunhild llegó diez días después. Al entrar a la corte de los Niblungs, vio a Sigurd sentado entre los asistentes a la boda, junto a Gudrun. La mirada de la Valkyria se llenó de furia al contemplar al hombre que la había despechado por otra y tan fuerte fue ésta que el hechizo de Grimhild se rompió. Sigurd recordó de inmediato quién era aquella doncella, el amor que le había jurado y la dicha que su amor le había brindado. Pero era demasiado tarde, él ya estaba casado con Gudrun y muy pronto Brunhild lo estaría con Gunnar. Ambos guardaron silencio y la boda se llevó a cabo. 

La noche de bodas fue un desastre. La novia no quiso entregarse a su esposo y, haciendo uso de su mayor fuerza, ató a Gunnar a los pies de la cama y se echó a dormir tranquilamente. Los días pasaron y Brunhild era cada vez más indiferente al afecto de Gunnar. Aquel hombre le parecía un debilucho. ¿Cómo podía ser el elegido para desposarla? El rey empezó a sospechar un engaño de parte de Sigurd. Quizás le había mentido sobre la forma en que había conseguido el consentimiento de la novia. Nuevamente consultó con Sigurd y le explicó lo sucedido en el lecho nupcial. Sigurd planeó otra estratagema para engañar a Brunhild. Se colocó el Huliðshjálmr y tomó nuevamente la apariencia de Gunnar; se dirigió a los aposentos de la reina, donde Brunhild esperaba. Siendo más fuerte que la Valkyria, no le fue difícil someterla y hacerle prometer que en lo futuro sería sumisa a sus órdenes. Luego, intercambió papeles con el verdadero Gunnar y éste pudo al fin consumar su matrimonio con Brunhild.

Un día, la reina se dirigió con sus sirvientas al río para tomar un baño. Al llegar a la orilla, vio que el cortejo de Gudrun se acercaba con el mismo propósito. Llena de ira, contempló como la mujer que más odiaba en el mundo se acercaba. Cuando el séquito de Gudrun alcanzó al de Brunhild, la princesa, muy bruscamente, exigió el paso, derecho que según ella le correspondía dada la valentía de su esposo. Brunhild, después de todo, era la reina y no consintió en cederle el paso a su cuñada, argumentando que Gunnar era aun más valiente y fuerte que Sigurd, ya que había conseguido su mano. Entonces, Gudrun fue incapaz de callar el secreto y le contó a Brunhild toda la verdad y para comprobarlo le mostró el anillo Andvaranaut.

Brunhild estaba fuera de sí. No sólo había sido desdeñada por el hombre que Odín había destinado para ella, sino que además se había casado con un cobarde, que permitía que otro tomara su lugar y que la había hecho su esposa por medio de engaños. Volvió al castillo y se encerró en su recámara. Por muchos días no comió ni bebió nada, ni pronunció una sola palabra. Todos en la corte estaban muy preocupados por el estado de la reina. Gunnar no sabía qué hacer. Por fin, un día que visitaba a su reina, Brunhild habló. Le dijo a Gunnar que no podría ser feliz mientras Sigurd viviera. En la mente del rey surgieron miles de dudas. Ya sospechaba que Sigurd le había mentido sobre cómo había conseguido la aprobación de Brunhild para el matrimonio, y ahora esto! ¡Sigurd debía morir!

Se reunió con sus hermanos y les contó todo lo ocurrido. La única manera de que la verdad de su vergüenza no se supiera era dar muerte a Sigurd. Pero ni él ni Högni se sentían capaces de romper el juramento de sangre que les unía a su cuñado. Sin embargo, el hermano menor, Guttorm, se ofreció para ejecutar el traicionero plan. Entró de noche en los aposentos de Sigurd, espada en mano, para matarlo. Pero al acercarse a la cama, le sorprendieron los ojos muy abiertos de Sigurd que le miraban en la oscuridad. Lleno de terror huyó. Por segunda vez, se armó de valor e intentó nuevamente el asesinato, con el mismo resultado: Sigurd le miraba desde las penumbras cuando se acercó a su lecho. Así que huyó nuevamente. La tercera vez que lo intentó, ya cerca del amanacer, sin embargo, encontró a Sigurd dormido, reposando boca abajo en su cama. Tomó la espada y buscó el único punto vulnerable en aquel cuerpo, que Sigurd había revelado a Gunnar cuando juraron convertirse en hermanos de sangre. Clavó con fuerza la espada y salió corriendo. Sigurd se incorporó, tomó su espada Gram y la arrojó contra Guttorm, cortándolo en dos.

Pero Sigurd estaba ya perdido. La maldición del anillo de Andvari le había perseguido, incluso después que creía haberse librado de ella. En poco tiempo expiró. Se preparó su pira funeraria y Gudrun lo lloraba inconsolablemente. Toda la corte lloraba la muerte del héroe. Todos menos Brunhild, que parecía indiferente a lo ocurrido. Cuando el cuerpo de Sigurd fue colocado sobre la pira y el fuego fue encendido, apareció Brunhild montada sobre Grane, con toda su armadura puesta y el Huliðshjálmr en la mano, y se lanzó a las llamas. Así, volvería a reunirse en la muerte con el hombre a quien no pudo amar en vida.

Pero si creen que la maldición del anillo termina aquí, se equivocan.


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